I
Alicia
paró su coche tan pronto como pudo en el arcén. Suerte había tenido de poder
detener el automóvil sin sufrir males mayores. No obstante, se sentía irritada
por el contratiempo que acababa de sufrir y que trastocaba por completo todos
sus planes. Por eso no pudo reprimir un «¡mieeeerda!» que escapó en voz alta de
sus labios, al tiempo que daba un puñetazo rabioso en el salpicadero. El
imbécil del todo terreno, que la había adelantado de esa forma tan temeraria, había
estrellado por accidente un gran guijarro sobre su luna delantera. De repente,
había sentido un ruido fulminante, como un disparo, y del centro del impacto,
sobre su parabrisas, surgieron al instante mil rayas, como una estrella, que le
impedían la visibilidad y la obligaban a detenerse.
A pesar
se su afán de cortar lazos con el mundo, y en contra de su impulso inicial, no
había prescindido de su teléfono móvil, decisión por la cual, ahora se alegraba
hasta extremos inimaginables. Lo encendió y vio, no sin cierta sensación de fastidio, que tenía
un montón de mensajes, todos ellos de la misma persona. Por el momento, prefirió
seguir ignorando el contenido de los mismos. Agradeció al dios de las
telecomunicaciones el hecho de poder
contar con buena cobertura y realizó la llamada al número de la asistencia en
carretera, procurando dar su situación al empleado que la atendió de la forma
más exacta que pudo. Este le contestó que le enviaría una grúa lo antes posible.
Sin embargo, dado el lugar tan remoto en que se encontraba, no le podía siquiera
aproximar el tiempo que iba a tardar. Resignada a esperar lo que hiciera falta,
Alicia cogió la botella de agua, en la que por suerte aún se encontraba la
mayor parte de su contenido, y bajó del
coche para resguardarse del ardiente sol veraniego bajo la sombra del único pino
de buen tamaño que encontró en las proximidades. Era media tarde y aunque hacía
bastante calor, se había levantado una fresca brisa que arrastraba algunas
nubes consigo y que traía por adelantado los aromas del otoño; y eso, que
quedaba todavía mucho verano por delante. Ahora, encallada en aquella carretera
desierta, a merced de que vinieran a rescatarla y bajo el riesgo de tener que pasar
una noche a la intemperie, comenzaba a dudar de que hubiera sido una buena idea
el viaje que acababa de comenzar.
Para seguir leyendo pincha aquí hazte socio de me gusta escribir
Autora Avelina Chinchilla Rodríguez ©
Publicado en Me gusta escribir.